OCTAVO
DÍA
En
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
1. Oración Inicial
2. Meditación del Día: El Camino de
Santidad
Por
primera vez la iglesia católica canoniza a dos papas -uno de ellos Juan Pablo
II- de manera simultánea y en tiempo récord, luego de anunciar el acto de
glorificación católica, en julio de 2013. Poco después que la comisión de
cardenales de la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano aprobó
la atribución de un segundo milagro al beato Juan Pablo II, paso clave para su
canonización, no transcurrió ni una semana para que el papa Francisco diera a
los feligreses la noticia de la santificación.
Juan
Pablo II (Karol Wojtyla), fue el papa número 264 de la Iglesia católica y la
dirigió desde el 16 de octubre de 1978 hasta su muerte en abril de 2005. A 9
años de su partida el Vaticano le atribuye dos milagros.
La Cura de Marie Simon-Pierre: Esta
monja francesa asegura que Juan Pablo II hizo que volviera a nacer, tras sanar
el mal de Parkinson que padecía en 2005, cuando le rezó con fe al fallecido
pontífice beato, quien también sufrió esta enfermedad. Luego de escuchar el
relato de la religiosa, la Congregación para las Causas de los Santos estudió
la curación de Simon-Pierre y determinó que fue obra de Juan Pablo II. La
sanación se produjo dos meses después de la muerte del papa.
Por obra del papa: La
cura de la costarricense Floribeth Mora, que padecía un aneurisma cerebral, se
convirtió en el segundo milagro de Juan Pablo II, puesto que según los médicos
su recuperación fue inexplicable. El 1 de mayo de 2011, día en que el pontífice
polaco fue beatificado, Mora y su familia pidieron de corazón al papa que
sanara su cabeza y disolviera el coágulo de sangre en su cerebro. El informe
oficial de canonización, afirma que la mujer ingresó a un hospital con la
enfermedad y luego de unos días el coágulo del cerebro se disolvió sin
tratamiento alguno. "Por qué desapareció, pues yo nunca le he encontrado
una explicación", dijo Mora.
Octavo día: Plegaria y vida (Familiaris Consortio 62)
No
hay que olvidar nunca que la oración es parte constitutiva y esencial de la
vida cristiana considerada en su integridad y profundidad. Más aún, pertenece a
nuestra misma «humanidad» y es «la primera expresión de la verdad interior del
hombre, la primera condición de la auténtica libertad del espíritu».
Por
ello la plegaria no es una evasión que desvía del compromiso cotidiano, sino
que constituye el empuje más fuerte para que la familia cristiana asuma y ponga
en práctica plenamente sus responsabilidades como célula primera y fundamental
de la sociedad humana. En ese sentido, la efectiva participación en la vida y
misión de la Iglesia en el mundo es proporcional a la fidelidad e intensidad de
la oración con la que la familia cristiana se una a la Vid fecunda, que es
Cristo.
De
la unión vital con Cristo, alimentada por la liturgia, de la ofrenda de sí
mismo y de la oración deriva también la fecundidad de la familia cristiana en
su servicio específico de promoción humana, que no puede menos de llevar a la
transformación del mundo.
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