viernes, 19 de octubre de 2018

Novena a San Juan Pablo II - Día 7: San Juan Pablo II: EL HOMBRE DEL PERDÓN - El Sacramento de la conversión y reconciliación


SÉPTIMO DÍA
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

1. Oración Inicial
2. Meditación del Día: San Juan Pablo II: EL HOMBRE DEL PERDÓN

Cuatro días después de aquel fatídico 13 de mayo de 1981, cuando Juan Pablo II sufrió el atentado que casi le cuesta la vida, quiso grabar un mensaje y rezar el ángelus del domingo. No era prudente hacer ese esfuerzo físico, estaba extremadamente débil. Todavía su vida se encontraba en riesgo, pero el Papa insistió. El domingo 17 de mayo, los parlantes de la Plaza de San Pedro transmitieron sus palabras de agradecimiento por las oraciones y también el perdón a Mehemed Ali Agca, “el hermano que me ha herido y al que sinceramente he perdonado.” Cuentan que uno de los amigos del Papa comentaría después: yo hubiera preferido que este hermano hubiera entrado a la familia por otro camino.
Una vez recuperado, el Papa quiso visitar a su agresor en la cárcel. Aquellas fotos de Juan Pablo II en la celda con Ali Agca dieron la vuelta al mundo. Una lección del verdadero perdón cristiano. Más elocuente que el mejor sermón que podamos oír sobre la reconciliación. Viendo esto, ¿cómo podemos negarnos los cristianos a perdonar? De ese encuentro, solo nos hemos enterado de lo que el Papa mismo ha dicho: “Le he hablado como se habla a un hermano que goza de mi confianza, y al que he perdonado. Este encuentro para mí ha sido un estado de gracia.” Juan Pablo II repitió su perdón a la madre del agresor, Muzeyyen Agca, las tres veces que esta mujer de Anatolia estuvo en el Vaticano implorando la ayuda del Papa para que su hijo salga en libertad.
Ahora que la Iglesia canoniza a Juan Pablo II es un buen momento para que recordemos la figura de este gran pontífice, ejemplo de hombre que sabe perdonar. Justamente porque vivió entre nosotros profundamente unido a Dios podía estar tan cerca de los hombres. Son abundantes los testimonios de su gran vida interior. Era un gran contemplativo y al mismo tiempo un hombre práctico. Tanto en el Vaticano como en los numerosos viajes que realizó alrededor del mundo, cuando no se sabía dónde estaba, lo más probable era que estuviera acompañando al Señor en la capilla. Así podemos entender su carisma, su alegría, su capacidad de sacar lo mejor de nosotros mismos. Sin exageración alguna, podemos decir que era, y lo sigue siendo en la Gloria, un experto en humanidad.
De su unión con Dios obtenía Juan Pablo II la fuerza para darnos este testimonio tan necesario en nuestro mundo plagado de conflictos y divisiones. Se le ha calificado como un maestro de los gestos, de la escena. Y así fue. En la visita que realizara a Ali Agca en la cárcel de Roma y en sus palabras de perdón, encontramos mucho más que un gesto. Es toda una enseñanza práctica de lo que hace la Caridad en el alma de quien es dócil a sus llamadas. Aprendamos de este testimonio heroico de caridad y empecemos por acudir a su intercesión para que todos nosotros nos sepamos reconocer como instrumentos eficaces de unidad y reconciliación.
Con motivo del Jubileo del año 2.000, el papa Juan Pablo II propuso la reacción de un documento titulado: “Memoria y reconciliación la Iglesia y las culpas del pasado” en donde la Iglesia pidiera perdón por los pecados de sus hijos cometidos a lo largo de la historia.
Al mismo tiempo pedía una purificación de la memoria  que requiere «un acto de coraje y de humildad en el reconocimiento de las deficiencias realizadas por cuantos han llevado y llevan el nombre de cristianos». Juan Pablo II añadía: «Como sucesor de Pedro pido que en este año de misericordia la Iglesia, fuerte por la santidad que recibe de su Señor, se ponga de rodillas ante Dios e implore el perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos» . Al reafirmar después que «los cristianos están invitados a asumir, ante Dios y ante los hombres ofendidos por sus comportamientos, las deficiencias por ellos cometidas», el Papa concluye: «Lo hacemos sin pedir nada a cambio, fuertes sólo por el amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones (Rom 5,5)»

Séptimo día: El Sacramento de la conversión y reconciliación (Familiaris Consortio 58)
Parte esencial y permanente del cometido de santificación de la familia cristiana es la acogida de la llamada evangélica a la conversión, dirigida a todos los cristianos que no siempre permanecen fieles a la «novedad» del bautismo que los ha hecho «santos». Tampoco la familia es siempre coherente con la ley de la gracia y de la santidad bautismal, proclamada nuevamente en el sacramento del matrimonio.
El arrepentimiento y perdón mutuo dentro de la familia cristiana que tanta parte tienen en la vida cotidiana, hallan su momento sacramental específico en la Penitencia cristiana. Respecto de los cónyuges cristianos, así escribía Pablo VI en la encíclica Humanae vitae: «Y si el pecado les sorprendiese todavía, no se desanimen, sino que recurran con humilde perseverancia a la  misericordia de Dios, que se concede en el Sacramento de la Penitencia».
La celebración de este sacramento adquiere un significado particular para la vida familiar. En efecto, mientras mediante la fe descubren cómo el pecado contradice no sólo la alianza con Dios, sino también la alianza de los cónyuges y la comunión de la familia, los esposos y todos los miembros de la familia son alentados al encuentro con Dios «rico en misericordia», el cual, infundiendo su amor más fuerte que el pecado, reconstruye y perfecciona la alianza conyugal y la comunión familiar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario