SÉPTIMO
DÍA
En
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
1. Oración Inicial
2. Meditación del Día: San Juan Pablo II:
EL HOMBRE DEL PERDÓN
Cuatro
días después de aquel fatídico 13 de mayo de 1981, cuando Juan Pablo II sufrió
el atentado que casi le cuesta la vida, quiso grabar un mensaje y rezar el
ángelus del domingo. No era prudente hacer ese esfuerzo físico, estaba
extremadamente débil. Todavía su vida se encontraba en riesgo, pero el Papa
insistió. El domingo 17 de mayo, los parlantes de la Plaza de San Pedro
transmitieron sus palabras de agradecimiento por las oraciones y también el
perdón a Mehemed Ali Agca, “el hermano que me ha herido y al que sinceramente
he perdonado.” Cuentan que uno de los amigos del Papa comentaría después: yo
hubiera preferido que este hermano hubiera entrado a la familia por otro
camino.
Una
vez recuperado, el Papa quiso visitar a su agresor en la cárcel. Aquellas fotos
de Juan Pablo II en la celda con Ali Agca dieron la vuelta al mundo. Una
lección del verdadero perdón cristiano. Más elocuente que el mejor sermón que
podamos oír sobre la reconciliación. Viendo esto, ¿cómo podemos negarnos los
cristianos a perdonar? De ese encuentro, solo nos hemos enterado de lo que el
Papa mismo ha dicho: “Le he hablado como se habla a un hermano que goza de mi
confianza, y al que he perdonado. Este encuentro para mí ha sido un estado de
gracia.” Juan Pablo II repitió su perdón a la madre del agresor, Muzeyyen Agca,
las tres veces que esta mujer de Anatolia estuvo en el Vaticano implorando la
ayuda del Papa para que su hijo salga en libertad.
Ahora
que la Iglesia canoniza a Juan Pablo II es un buen momento para que recordemos
la figura de este gran pontífice, ejemplo de hombre que sabe perdonar.
Justamente porque vivió entre nosotros profundamente unido a Dios podía estar
tan cerca de los hombres. Son abundantes los testimonios de su gran vida
interior. Era un gran contemplativo y al mismo tiempo un hombre práctico. Tanto
en el Vaticano como en los numerosos viajes que realizó alrededor del mundo,
cuando no se sabía dónde estaba, lo más probable era que estuviera acompañando
al Señor en la capilla. Así podemos entender su carisma, su alegría, su
capacidad de sacar lo mejor de nosotros mismos. Sin exageración alguna, podemos
decir que era, y lo sigue siendo en la Gloria, un experto en humanidad.
De
su unión con Dios obtenía Juan Pablo II la fuerza para darnos este testimonio
tan necesario en nuestro mundo plagado de conflictos y divisiones. Se le ha
calificado como un maestro de los gestos, de la escena. Y así fue. En la visita
que realizara a Ali Agca en la cárcel de Roma y en sus palabras de perdón,
encontramos mucho más que un gesto. Es toda una enseñanza práctica de lo que
hace la Caridad en el alma de quien es dócil a sus llamadas. Aprendamos de este
testimonio heroico de caridad y empecemos por acudir a su intercesión para que
todos nosotros nos sepamos reconocer como instrumentos eficaces de unidad y
reconciliación.
Con
motivo del Jubileo del año 2.000, el papa Juan Pablo II propuso la reacción de
un documento titulado: “Memoria y reconciliación la Iglesia y las culpas del
pasado” en donde la Iglesia pidiera perdón por los pecados de sus hijos
cometidos a lo largo de la historia.
Al
mismo tiempo pedía una purificación de la memoria que requiere «un acto de coraje y de humildad
en el reconocimiento de las deficiencias realizadas por cuantos han llevado y
llevan el nombre de cristianos». Juan Pablo II añadía: «Como sucesor de Pedro
pido que en este año de misericordia la Iglesia, fuerte por la santidad que
recibe de su Señor, se ponga de rodillas ante Dios e implore el perdón por los
pecados pasados y presentes de sus hijos» . Al reafirmar después que «los
cristianos están invitados a asumir, ante Dios y ante los hombres ofendidos por
sus comportamientos, las deficiencias por ellos cometidas», el Papa concluye:
«Lo hacemos sin pedir nada a cambio, fuertes sólo por el amor de Dios, que ha
sido derramado en nuestros corazones (Rom 5,5)»
Séptimo día: El Sacramento de la conversión
y reconciliación (Familiaris Consortio 58)
Parte
esencial y permanente del cometido de santificación de la familia cristiana es
la acogida de la llamada evangélica a la conversión, dirigida a todos los
cristianos que no siempre permanecen fieles a la «novedad» del bautismo que los
ha hecho «santos». Tampoco la familia es siempre coherente con la ley de la
gracia y de la santidad bautismal, proclamada nuevamente en el sacramento del matrimonio.
El
arrepentimiento y perdón mutuo dentro de la familia cristiana que tanta parte
tienen en la vida cotidiana, hallan su momento sacramental específico en la
Penitencia cristiana. Respecto de los cónyuges cristianos, así escribía Pablo
VI en la encíclica Humanae vitae: «Y si el pecado les sorprendiese todavía,
no se desanimen, sino que recurran con humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el
Sacramento de la Penitencia».
La
celebración de este sacramento adquiere un significado particular para la vida
familiar. En efecto, mientras mediante la fe descubren cómo el pecado
contradice no sólo la alianza con Dios, sino también la alianza de los cónyuges
y la comunión de la familia, los esposos y todos los miembros de la familia son
alentados al encuentro con Dios «rico en misericordia», el cual, infundiendo su
amor más fuerte que el pecado, reconstruye y perfecciona la alianza conyugal y
la comunión familiar.
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