jueves, 18 de octubre de 2018

Novena a San Juan Pablo II - Día 6: JUAN PABLO II CARTAS A LOS SACERDOTES - Matrimonio y Eucaristía


SEXTO DÍA
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

1. Oración Inicial
2. Meditación del Día: JUAN PABLO II CARTAS A LOS SACERDOTES

He aqui el motivo del encuentro de hoy. Deseo que en esta circunstancia os llegue una especial palabra mia, para que todos juntos podamos vivir plenamente el gran don que Cristo nos ha dejado. En efecto, para nosotros presbiteros, el Sacerdocio constituye el don supremo, una particular llamada para participar en el misterio de Cristo, que nos confiere la inefable posibilidad de hablar y actuar en su nombre. Cada vez que celebramos la Eucaristia, esta posibilidad se hace realidad. Obramos "in persona Christi" cuando, en el momento de la consagracion, pronunciamos las palabras: "Esto es mi cuerpo, que sera entregado por vosotros... Este es el caliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que sera derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdon de los pecados. Haced esto en conmemoracion mia". Precisamente hacemos esto: con gran humildad y profunda gratitud. Este acto sublime, y al mismo tiempo sencillo, de nuestra mision cotidiana de sacerdotes extiende, se podria decir, nuestra humanidad hasta los ultimos confines.
Participamos en el misterio del Verbo "Primogénito de toda la creacion" (Col 1,15), que en la Eucaristia restituye al Padre todo lo creado, el mundo del pasado y el del futuro y, ante todo, el mundo contemporaneo, en el cual El vive junto a nosotros, esta presente por nuestra mediacion y, precisamente por nuestra mediacion, ofrece al Padre el sacrificio redentor. Participamos en el misterio de Cristo, "el Primogénito de entre los muertos" (Col 1,18), que en su Pascua transforma incesantemente el mundo haciéndolo progresar hacia "la revelacion de los hijos de Dios" (Rm 8,19). Asi pues, la entera realidad, en cualquiera de sus ambitos, se hace presente en nuestro ministerio eucaristico, que se abre contemporaneamente a toda exigencia personal concreta, a todo sufrimiento, esperanza, alegria o tristeza, segun las intenciones que los fieles presentan para la Santa Misa. Nosotros recibimos estas intenciones con espiritu de caridad, introduciendo asi todo problema humano en la dimension de la redencion universal.
Queridos Hermanos en el Sacerdocio, este ministerio nuestro forma una nueva vida en nosotros y en torno a nosotros. La Eucaristia evangeliza los ambientes humanos y nos consolida en la esperanza de que las palabras de Cristo no pasan (cfr. Lc 21,33). No pasan sus palabras, enraizadas como estan en el sacrificio de la Cruz: de la perpetuidad de esta verdad y del amor divino, nosotros somos testigos particulares y ministros privilegiados. Entonces podemos alegrarnos juntos, si los hombres sienten la necesidad del nuevo Catecismo, si toman en sus manos la Enciclica "Veritatis splendor". Todo esto nos confirma en la conviccion de que nuestro ministerio del Evangelio se hace fructifero en virtud de la Eucaristia. Por otra parte, durante la Ultima Cena, Cristo dijo a los Apostoles: "No os llamo ya siervos...; a vosotros os he llamado amigos... No me habéis elegido vosotros a mi, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayais y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15,15-16).
¡Qué inmensa riqueza de contenidos nos ofrece la Iglesia durante el Triduo Santo, y especialmente hoy, Jueves Santo, en la liturgia crismal! Estas palabras mias son solamente un reflejo parcial de la riqueza que cada uno de vosotros lleva ciertamente en el corazon. Y quizas esta Carta para el Jueves Santo servira para hacer que las multiples manifestaciones del don de Cristo, esparcidas en el corazon de tantos, confluyan ante la majestad del "gran misterio de la fe" en una significativa condivision de lo que el Sacerdocio es y para siempre permanecera en la Iglesia. Que nuestra unión en torno al altar pueda incluir a cuantos llevan en si el signo indeleble de este Sacramento, recordando también a aquellos hermanos nuestros que, de alguna manera, se han alejado del sagrado ministerio. Confio que este recuerdo conduzca a cada uno de nosotros a vivir aun mas profundamente la sublimidad del don constituido por el Sacerdocio de Cristo.
Hoy deseo entregaros idealmente, queridos Hermanos, la Carta que he dirigido a las Familias en el Ano dedicado a ellas. Considero una circunstancia providencial que la Organización de las Naciones Unidas haya proclamado el 1994 como Año Internacional de la Familia. La Iglesia, fijando la mirada en el misterio de la Sagrada Familia de Nazaret, participa en tal iniciativa, casi encontrando en ella una ocasión propicia para anunciar el "evangelio de la familia". Cristo lo ha proclamado con su vida escondida en Nazaret en el seno de la Sagrada Familia. Este evangelio ha sido anunciado después por la Iglesia apostolica, como es bien evidente en las Cartas de los apostoles, y más tarde ha sido testimoniado por la Iglesia postapostolica, de la cual hemos heredado la costumbre de considerar a la familia como "ecclesia domestica".

Sexto día: Matrimonio y Eucaristía (Familiaris Consortio 57)
El deber de santificación de la familia cristiana tiene su primera raíz en el bautismo y su expresión máxima en la Eucaristía, a la que está íntimamente unido el matrimonio cristiano. El Concilio Vaticano II ha querido poner de relieve la especial relación existente entre la Eucaristía y el matrimonio, pidiendo que habitualmente éste se celebre «dentro de la Misa». Volver a encontrar y profundizar tal relación es del todo necesario, si se quiere comprender y vivir con mayor intensidad la gracia y las responsabilidades del matrimonio y de la familia cristiana.
La Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el sacrificio eucarístico representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, en cuanto sellada con la sangre de la cruz. Y en este sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza los cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota, que configura interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal. En cuanto representación del sacrificio de amor de Cristo por su Iglesia, la Eucaristía es manantial de caridad. Y en el don eucarístico de la caridad la familia cristiana halla el fundamento y el alma de su «comunión» y de su «misión», ya que el Pan eucarístico hace de los diversos miembros de la comunidad familiar un único cuerpo, revelación y participación de la más amplia unidad de la Iglesia; además, la participación en el Cuerpo «entregado» y en la Sangre «derramada» de Cristo se hace fuente inagotable del dinamismo misionero y apostólico de la familia cristiana.

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