SEXTO DÍA
En
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
1. Oración Inicial
2. Meditación del Día: JUAN PABLO II CARTAS
A LOS SACERDOTES
He
aqui el motivo del encuentro de hoy. Deseo que en esta circunstancia os llegue
una especial palabra mia, para que todos juntos podamos vivir plenamente el
gran don que Cristo nos ha dejado. En efecto, para nosotros presbiteros, el
Sacerdocio constituye el don supremo, una particular llamada para participar en
el misterio de Cristo, que nos confiere la inefable posibilidad de hablar y
actuar en su nombre. Cada vez que celebramos la Eucaristia, esta posibilidad se
hace realidad. Obramos "in persona Christi" cuando, en el momento de
la consagracion, pronunciamos las palabras: "Esto es mi cuerpo, que sera
entregado por vosotros... Este es el caliz
de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que sera derramada por
vosotros y por todos los hombres para el perdon de los pecados. Haced esto en
conmemoracion mia". Precisamente hacemos esto: con gran humildad y profunda
gratitud. Este acto sublime, y al mismo tiempo sencillo, de nuestra mision
cotidiana de sacerdotes extiende, se podria decir, nuestra humanidad hasta los
ultimos confines.
Participamos
en el misterio del Verbo "Primogénito de toda la creacion" (Col 1,15),
que en la Eucaristia restituye al Padre todo lo creado, el mundo del pasado y
el del futuro y, ante todo, el mundo contemporaneo, en el cual El vive junto a
nosotros, esta presente por nuestra mediacion y, precisamente por nuestra
mediacion, ofrece al Padre el sacrificio redentor. Participamos en el misterio
de Cristo, "el Primogénito de entre los muertos" (Col 1,18), que en
su Pascua transforma incesantemente el mundo haciéndolo progresar hacia
"la revelacion de los hijos de Dios" (Rm 8,19). Asi pues, la entera
realidad, en cualquiera de sus ambitos, se hace presente en nuestro ministerio
eucaristico, que se abre contemporaneamente a toda exigencia personal concreta,
a todo sufrimiento, esperanza, alegria o tristeza, segun las intenciones que
los fieles presentan para la Santa Misa. Nosotros recibimos estas intenciones
con espiritu de caridad, introduciendo asi todo problema humano en la dimension
de la redencion universal.
Queridos
Hermanos en el Sacerdocio, este ministerio nuestro forma una nueva vida en
nosotros y en torno a nosotros. La Eucaristia evangeliza los ambientes humanos
y nos consolida en la esperanza de que las palabras de Cristo no pasan (cfr. Lc
21,33). No pasan sus palabras, enraizadas como estan en el sacrificio de la
Cruz: de la perpetuidad de esta verdad y del amor divino, nosotros somos
testigos particulares y ministros privilegiados. Entonces podemos alegrarnos
juntos, si los hombres sienten la necesidad del nuevo Catecismo, si toman en
sus manos la Enciclica "Veritatis splendor". Todo esto nos confirma
en la conviccion de que nuestro ministerio del Evangelio se hace fructifero en
virtud de la Eucaristia. Por otra parte, durante la Ultima Cena, Cristo dijo a
los Apostoles: "No os llamo ya siervos...; a vosotros os he llamado amigos...
No me habéis elegido vosotros a mi, sino que yo os he elegido a vosotros, y os
he destinado para que vayais y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca"
(Jn 15,15-16).
¡Qué
inmensa riqueza de contenidos nos ofrece la Iglesia durante el Triduo Santo, y
especialmente hoy, Jueves Santo, en la liturgia crismal! Estas palabras mias
son solamente un reflejo parcial de la riqueza que cada uno de vosotros lleva
ciertamente en el corazon. Y quizas esta Carta para el Jueves Santo servira
para hacer que las multiples manifestaciones del don de Cristo, esparcidas en
el corazon de tantos, confluyan ante la majestad del "gran misterio de la
fe" en una significativa condivision de lo que el Sacerdocio es y para
siempre permanecera en la Iglesia. Que nuestra unión en torno al altar pueda
incluir a cuantos llevan en si el signo indeleble de este Sacramento,
recordando también a aquellos hermanos nuestros que, de alguna manera, se han
alejado del sagrado ministerio. Confio que este recuerdo conduzca a cada uno de
nosotros a vivir aun mas profundamente la sublimidad del don constituido por el
Sacerdocio de Cristo.
Hoy
deseo entregaros idealmente, queridos Hermanos, la Carta que he dirigido a las
Familias en el Ano dedicado a ellas. Considero una circunstancia providencial
que la Organización de las Naciones Unidas haya proclamado el 1994 como Año
Internacional de la Familia. La Iglesia, fijando la mirada en el misterio de la
Sagrada Familia de Nazaret, participa en tal iniciativa, casi encontrando en
ella una ocasión propicia para anunciar el "evangelio de la familia".
Cristo lo ha proclamado con su vida escondida en Nazaret en el seno de la
Sagrada Familia. Este evangelio ha sido anunciado después por la Iglesia
apostolica, como es bien evidente en las Cartas de los apostoles, y más tarde
ha sido testimoniado por la Iglesia postapostolica, de la cual hemos heredado
la costumbre de considerar a la familia como "ecclesia domestica".
Sexto día: Matrimonio y Eucaristía (Familiaris Consortio 57)
El
deber de santificación de la familia cristiana tiene su primera raíz en el
bautismo y su expresión máxima en la Eucaristía, a la que está íntimamente
unido el matrimonio cristiano. El Concilio Vaticano II ha querido poner de
relieve la especial relación existente entre la Eucaristía y el matrimonio,
pidiendo que habitualmente éste se celebre «dentro de la Misa». Volver a
encontrar y profundizar tal relación es del todo necesario, si se quiere
comprender y vivir con mayor intensidad la gracia y las responsabilidades del
matrimonio y de la familia cristiana.
La
Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el
sacrificio eucarístico representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia,
en cuanto sellada con la sangre de la cruz. Y en este sacrificio de la Nueva y
Eterna Alianza los cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota, que
configura interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal. En cuanto
representación del sacrificio de amor de Cristo por su Iglesia, la Eucaristía
es manantial de caridad. Y en el don eucarístico de la caridad
la familia cristiana halla el fundamento y el alma de su «comunión» y de su «misión», ya que el Pan eucarístico hace de los
diversos miembros de la comunidad familiar un único cuerpo, revelación y
participación de la más amplia unidad de la Iglesia; además, la participación
en el Cuerpo «entregado» y en la Sangre «derramada» de Cristo se hace fuente
inagotable del dinamismo misionero y apostólico de la familia cristiana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario