“Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre».” (Juan 19:26-27)
En nuestra vida
Irse para evangelizar, cuidar de los enfermos, de los pobres, de los huérfanos al otro lado del mundo: ¡ser misionero, qué sueño! Son aventuras hermosas y grandes al servicio de Cristo. Pero podemos apoyar a la Iglesia con gestos más humildes: ponerse al servicio de la parroquia, cuidar a las personas solas, dar testimonio del amor de Jesús a través de pequeños gestos.
¿Amamos a la Iglesia? ¿Qué tipo de sí damos para hacerla resplandecer y para cuidarla, como un hijo con su madre?
Con María
Al pie de la Cruz, contemplando a Jesús agonizante, María y San Juan se apoyan el uno al otro. ¿Qué ocurre en ese momento en el Evangelio? Dios hace de María, la madre de San Juan. Pero también le entrega a todos los que le siguen, es decir a la Iglesia. Y “a partir de esa hora, el discípulo la llevó a su casa”. (Juan 19:27): María y San Juan respondieron sí.
¡La fuente de su sí, es el Amor, que une a San Juan, a Jesús y a María! San Juan lleva a María a su casa: es un modelo de amor filial que podemos imitar para amar mejor a la Iglesia. Jesús que nos ama hasta el final nos entrega a su madre, su último tesoro, para que también sea nuestro. María, al fin, acepta hacernos sus hijos, con el mismo amor que la llevó a responder sí al ángel Gabriel.
¡La Cruz renueva su FIAT! Podemos pensar que este cuadro doloroso sólo tiene su sitio en las Iglesias, que este momento en el que Jesús entrega María a San Juan y San Juan a María no tiene grandes consecuencias en nuestras vidas. Y sin embargo, este intercambio entre María, San Juan y Jesús, nos enseña que el corazón de la Iglesia y de la misión es el amor: amor filial de San Juan, amor total de Cristo, y amor confiado de María. ¡Inspirémonos en este amor para responder al llamado de la Iglesia! Invoquemos a la Virgen María más a menudo, diciéndole, por ejemplo cada mañana que somos “todo suyos”, para que nos enseñe a responder sí al llamado del Señor.
Oración
María, ayúdanos a volver siempre a Jesús. Enséñanos a decir sí por amor a la misión que Dios nos confía dentro de la Iglesia.
PERSONAJE DEL DIA
Alexandrina
Da Costa
La sonrisa en la cruz
¿Puede
una persona enferma ser apóstol y misionera? ¿Ser casa para todos? ¿Entrar en
un Grupo de la Familia Salesiana? ¿Tener terribles dolores y no perder la
sonrisa?. A todo esto respondemos con un sí rotundo,
como lo demostró la beata Alexandrina de Balasar-Portugal (1904-1955), persona
cercana en el tiempo y vecina nuestra. Trabajaba en el campo y era muy alegre,
afectuosa, juguetona y muy querida por sus compañeras. Cuando tenía 14 años se
arrojó de una ventana al jardín de su casa para salvaguardar su pureza
amenazada por unos mal intencionados. La
lesión que le causó la caída le produjo una parálisis total que la obligó a
estar en cama durante 30 años. Ella pidió la gracia de la curación, pero la Virgen le concedió en cambio la
gracia de aceptar su sufrimiento, y también el deseo de sufrir por la salvación
de las almas: No tengo otro objetivo que el de dar gloria a Dios y salvar
almas. Amar, sufrir, reparar. En
1945 se inscribe como Salesiana Cooperadora. Siento que estoy muy unida a los
Salesianos y a los Cooperadores.
Del
27 de marzo de 1942 hasta su muerte, durante 13 años y siete meses, no comió ni
bebió nada, sino su comunión diaria. El hecho inexplicable fue certificado científicamente por varios médicos,
algunas veces en forma humillante para Alejandrina.
El día de su entierro no había rosas en Oporto: todas
estaban en Balasar. Querían despedir a la sonrisa en la cruz, la mujer que demostró que el amor vence
siempre, la mística que quería cerrar el infierno.
ORACIÓN DE LA COMUNIDAD
«Yo hago nuevas todas las cosas» Papa Francisco
Virgen y Madre María, tú que, movida por el Espíritu, acogiste al Verbo de la vida en la profundidad de tu humilde fe, totalmente entregada al Eterno, ayúdanos a decir nuestro «sí» ante la urgencia, más imperiosa que nunca, de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Tú, llena de la presencia de Cristo, llevaste la alegría a Juan el Bautista, haciéndolo exultar en el seno de su madre. Tú, estremecida de gozo, cantaste las maravillas del Señor. Tú, que estuviste plantada ante la cruz con una fe inquebrantable y recibiste el alegre consuelo de la resurrección, recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu para que naciera la Iglesia evangelizadora.
Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte. Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la belleza que no se apaga.
Tú, Virgen de la escucha y la contemplación, madre del amor, esposa de las bodas eternas, intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo, para que ella nunca se encierre ni se detenga en su pasión por instaurar el Reino.
Estrella de la nueva evangelización, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente, manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotros. ¡Amén! ¡Aleluya!
Dado en Roma, junto a San Pedro, en la clausura del Año de la fe, el 24 de noviembre del 2013, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo Papa Francisco
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