MOTIVACIÓN:
El fruto del Espíritu Santo: amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí. La santidad no es pelea, contención, envidia, división, prisa. “La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia”
➢ Las virtudes: no solo rechazar el mal y aferrarse al bien, sino apasionarse por el bien, hacer bien el bien, todo el bien... “nos santificamos en el ejercicio responsable y generoso de la propia misión”
➢ La creatividad y la inventiva del Espíritu. La santidad nunca es repetitiva: de Don Bosco han florecido 31 grupos de la Familia Salesiana y otros en el proceso de reconocimiento, y que, a veces, han sido capaces de expresar sensibilidades muy diferentes entre ellos, aunque convergentes en la raíz. Imitar a los santos no significa copiarlos.
➢ La comunión eclesial. Nadie es "de Pablo, de Cefas, de Bernabé", sino que todos “somos de Cristo y Cristo es de Dios”. Ser Familia Salesiana no significa absolutizar el mensaje de Don Bosco, sino valorizarlo insertándolo en el conjunto de la Iglesia. Algunas cosas no se pueden pedir a Don Bosco, porque Dios las ha dado a la Iglesia a través de otros. Y, por tanto, se le pedirá a otros santos no salesianos, y a otras tradiciones espirituales de la Iglesia. Esto no significa ser menos Salesianos, sino creyentes enamorados de la Iglesia en la variedad de sus carismas, y conscientes de formar parte de ella a partir de la propia especificidad. El propio Don Bosco recurrió a esta pluralidad y polifonía de santidad que le precedió: Ignacio de Loyola y Felipe Neri, por ejemplo, no solo Francisco de Sales, etc. Esta transversalidad también está presente en las figuras de nuestra santidad: Ignazio Stuchlý era cercano a los jesuitas; Vandor inicialmente se orientó por los franciscanos. Vendrame vivió en el campo de prisioneros una intensa experiencia de fraternidad con los carmelitas y fue un gran devoto de Santa Teresita de Jesús.
TEMA: SAN FRANCISCO DE SALES
Del Evangelio según San Lucas, capítulo 6 (31-36): “Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.”
A esta cita podemos añadir: Sed dulces y amables, como vuestro Padre es dulce y amable. Nos dice la palabra de Dios que no hay mérito en amar a quienes nos aman. Tampoco lo hay con ser dulces y amables con aquellos que nos agradan, con quienes nos tratan bien. El Señor nos dice: También los pecadores lo hacen!
Es aquí donde entra San Francisco de Sales como modelo ejemplar de virtud. Su dulzura no era según la carne, falsa y aparente, fruto del deseo de agradar a los hombres y no a Dios. Era una dulzura verdadera, puesta a prueba en el crisol... dulzura que partía de su corazón injertado en el Corazón del Señor, que lo hacía tierno, misericordioso, y amable con los demás. Nos dice el Papa Pío XI que “se engañaría quien creyera que su dulzura era privilegio de su naturaleza. San Francisco por su temperamento era de carácter vivo, pronto a airarse, pero habiéndose puesto por modelo la imitación de Jesucristo manso y humilde de corazón, con la ayuda de la gracia y el dominio de sí mismo, consiguió reprimir y refrenar los movimientos de su carácter de tal manera que llegó a ser un vivo retrato del Dios de la paz y la dulzura.”
Él mismo admitía, y sus historiadores nos lo confirman, que tenía un temperamento fuerte, que era una persona iracunda. Sin embargo, a través de sus escritos vemos claramente reflejada esa dulzura que fue su carácter distintivo, y por la cual su espíritu libró grandes batallas. Ha pasado a la Historia de la Iglesia como el Santo de la Amabilidad, título que amerita nuestro Santo Patrón por su vida ascética, y por su muerte al yo, viviendo a diario su respuesta de amor a Cristo. Nos dice Mons. Camus que al sacarle la hiel la encontraron convertida en 33 piedrecitas, señal de los esfuerzos tan heroicos que había tenido que hacer para vencer su temperamento tan inclinado a la cólera y al mal genio.
Después de una ocasión en la que tuvo que reprender a un joven que maltrataba a su madre, dijo: “He temido perder en un cuarto de hora la poca dulzura que he trabajado en conseguir desde hace 22 años gota a gota, como el rocío en el vaso de mi pobre corazón... a la manera que una abeja tarda varios meses en hacer un poco de miel que un hombre consume en un bocado.” Y en otra oportunidad dijo: “Sentía hervir la cólera en mi cerebro como hierve el agua en un vaso que está sobre el fuego.”
Aquí está la clave, la primera lección que nos enseña nuestro Santo Patrón para la adquisición de las virtudes el conocerse a sí mismo.
PETICIONES:
Oremos por las personas duras de corazón. Roguemos al Señor
2. Oremos para que en nuestro país vuelva la alegría. Roguemos al Señor
3. Oremos para cese la violencia. Roguemos al Señor
4. Oremos por el crecimiento de las comunidades cristianas. Roguemos al Señor
5. Oremos (libre). Roguemos al Señor
COMPROMISO: Resaltar las cosas buenas de las personas que están a mi alrededor
RECUERDA: Nuestro mayor enemigo es la pereza; combatámosla sin descanso.
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