domingo, 11 de enero de 2015

Homilia del Domingo 11 de enero del 2015 - Bautismo del Señor

Predicador: Pbro. Víctor Tarazona

San Marcos: 1, 7-11: Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias.

En aquel tiempo, Juan predicaba diciendo: "Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo". Por esos días, vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Al salir Jesús del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en figura de paloma, descendía sobre él. Se oyó entonces una voz del cielo que decía:"Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias".

Reflexión:

Habíamos estado tanto tiempo alejados de Dios, teníamos esa sensación de aplastante silencio, de opresión en el pecho, no podíamos respirar. ¡Qué lejos habían quedado los tiempos de los profetas! La manifestaciones de Dios sólo nos parecía historias que se les cuenta a los niños para dormir. Una especie de muro se erguía entre nosotros y Dios, los cielos estaban cerrados y, además, nos empeñamos en construir barreras y más barreras para permanecer así.

Jesús vio rasgarse el cielo sobre Él. Y experimentó que el Espíritu descendía sobre Él.Por fin era posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret. 

Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, a curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús con su Espíritu. 

Sin ese Espíritu todo se apaga en el cristianismo. La confianza en Dios desaparece. La fe se debilita. Jesús queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra muerta. El amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa más. 

Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte en costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida, la esperanza muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.

Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacenciasEste es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias

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