Creemos en el Padre, autor y amigo de la Vida,
que nos quiere con entrañable y maternal amor,
que hace salir el sol sobre buenos y malos
y se preocupa de las aves del cielo y las flores del campo.
Creemos en el Hijo, Palabra eterna del Padre,
que por nosotros, y por toda la humanidad,
por obra del Espíritu Santo, se hizo hombre en el seno virginal de María, la llena de Gracia,
anunció el Reino de Dios, con grandes obras y palabras sencillas,
de esas que hablan al corazón,
tuvo compasión de los pequeños, de los pobres y de los pecadores,
se sentó a su mesa y multiplicó los panes y los peces,
para que nadie tuviera hambre ni sed, sino una Vida en abundancia,
Vida apetecible, Vida buena, como el buen vino guardado para el final;
nos enseñó las Bienaventuranzas
y que no hay amor más grande que dar la vida por los demás,
por eso aceptó la Cruz, lleno del Espíritu del Padre,
entregando su vida, con la frente en alto,
fue crucificado, y perdonó a quienes le crucificaban,
murió como vivió y vivió como murió,
y su muerte no fue la última palabra:
Resucitó al Tercer día, se apareció a María Magdalena
y a todos sus discípulos, subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre,
pero vendrá, no sabemos cómo ni cuándo, y juzgará a vivos y muertos
y su Reino no tendrá fin.
Creemos en el Espíritu Santo,
el Defensor de los pequeños y marginados,
el que nos conoce mejor que nosotros mismos,
que habita en nosotros,
la Comunidad de los discípulos y las discípulas de Jesús,
pero no somos sus dueños, él sopla donde quiere y cuando quiere,
y su presencia es Vivificante,
Él es el amado por el Padre y por el Hijo,
Él llena nuestros corazones y nos hace decir Abba, Padre,
A ellos, a los Tres, Única y Eterna Trinidad,
Comunidad de Amor que nos ha creado a su imagen y semejanza,
todo honor, toda gloria, toda alabanza…
Creo que Jesús, el Hijo me llama a seguirlo más de cerca,
a recrear la historia, entre los más pequeños,
entre los jóvenes más pobres y abandonados,
entre aquellos que se encuentran en peligro,
y que ha pedido al Padre su Espíritu sobre mí,
para hacer de mi corazón
un corazón oratoriano, el corazón de un párroco de los jóvenes,
y donde encuentre un joven,
allí tengo que hacer un oratorio salesiano,
prenda del Amor preferencial de Dios para con ellos,
a quienes les debo mi vida e intento amar de corazón,
con todas mis fuerzas, porque como a mi papá Don Bosco,
me basta que sean jóvenes para amarlos,
y como soy hijo de un soñador,
tengo la obligación de que los sueños se vuelvan realidad.
Para que todos podamos llegar al “cielo” y cantar con voz potente:
A ti, Dios Uno y Trino,
Comunidad de Amor que nos has creado a tu imagen y semejanza,
todo honor, toda gloria, toda alabanza,
por los siglos de los siglos.
Amén.
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