miércoles, 10 de junio de 2020

2020 - Novena al Sagrado Corazón: Día Primero - Conocer el amor de Dios en Jesucristo

Hoy rezamos por las familias

Oración inicial

Oh Dios, que en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, te has dignado regalarnos misericordiosamente infinitos tesoros de amor, te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestra piedad, manifestemos también una conveniente reparación. Por nuestro Señor Jesucristo.

Meditación
BENEDICTO XVI. Carta en el 50º aniversario de la encíclica Haurietis aquas de Pío XII, 15 mayo 2006.

Las palabras del profeta Isaías, "sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12, 3), con las que comienza la encíclica con la que Pío XII recordaba el primer centenario de la extensión a toda la Iglesia de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, no han perdido nada de su significado hoy, cincuenta años después. La encíclica Haurietis aquas, al promover el culto al Corazón de Jesús, exhortaba a los creyentes a abrirse al misterio de Dios y de su amor, dejándose transformar por él.

Cincuenta años después, sigue siendo siempre actual la tarea de los cristianos de continuar profundizando en su relación con el Corazón de Jesús para reavivar en sí mismos la fe en el amor salvífico de Dios, acogiéndolo cada vez mejor en su vida.

El costado traspasado del Redentor es la fuente a la que nos invita a acudir la encíclica Haurietis aquas: debemos recurrir a esta fuente para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo su amor. Así podremos comprender mejor lo que significa conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra mirada en él, hasta vivir completamente de la experiencia de su amor, para poderlo testimoniar después a los demás.

En efecto, como escribió mi venerado predecesor Juan Pablo II, "junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así -y esta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la civilización del Corazón de Cristo" (Juan Pablo II, Carta al prepósito general de la Compañía de Jesús, 5 de octubre de 1986).

En la encíclica Deus caritas est cité la afirmación de la primera carta de san Juan: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él", para subrayar que en el origen del ser cristianos está el encuentro con una Persona (cf. n. 1). Dado que Dios se manifestó del modo más profundo a través de la encarnación de su Hijo, haciéndose "visible" en él, es en la relación con Cristo donde podemos reconocer quién es verdaderamente Dios (cf. Haurietis aquas, 29-41; Deus caritas est, 12- 15). Más aún, dado que el amor de Dios encontró su expresión más profunda en la entrega que Cristo hizo de su vida por nosotros en la cruz, es sobre todo al contemplar su sufrimiento y su muerte como podemos reconocer de manera cada vez más clara el amor sin límites que Dios nos tiene: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).

Por lo demás, este misterio del amor que Dios nos tiene no sólo constituye el contenido del culto y de la devoción al Corazón de Jesús: es, al mismo tiempo, el contenido de toda verdadera espiritualidad y devoción cristiana. Por tanto, es importante subrayar que el fundamento de esta devoción es tan antiguo el cristianismo. En efecto, sólo se puede ser cristiano dirigiendo la mirada a la cruz de nuestro Redentor, "al que traspasaron" (Jn 19, 37; Za 12, 10). La encíclica Haurietis aquas recuerda, con razón, que la herida del costado y las de los clavos han sido para innumerables almas los signos de un amor que ha transformado cada vez más eficazmente su vida (cf. n. 52). Reconocer el amor de Dios en el Crucificado se ha convertido para ellas en una experiencia interior que les ha llevado a confesar, como santo Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20, 28), permitiéndoles alcanzar una fe más profunda acogiendo sin reservas el amor de Dios (cf. Haurietis aquas, 49).


Consagración al Sagrado Corazón de Jesús

Señor Jesucristo, único redentor del hombre, mira con amor a quienes estamos aquí reunidos y abre para nosotros la fuente eterna de tu misericordia que mana de tu Corazón abierto en la Cruz

Por medio del Inmaculado Corazón de María nos consagramos a ti para ser siempre y solo tuyos: en la vida, en la muerte, y en la eternidad. ¡Que nada nos separe de tu amor!

Concédenos un corazón semejante al tuyo, manso y humilde, que te escuche y guarde tus mandatos; que se alimente de la Palabra y de la Eucaristía para que, arraigados, edificados y transformados en ti, seamos para todo el mundo testigos de tu infinito amor. Amén.

Sagrado Corazón de Jesús, en ti Confío.
Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.
Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.

Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, cuida a tus hijos, concédenos tu fe. Todos los ángeles, santos y santas de Dios, rueguen por nosotros.


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